sábado, junio 30

Comerse la luna.


- No sé hasta qué punto soy lo que querés.

Bueno, lo había dicho. Sabía perfectamente que cada frase es una invitación para la siguiente, y cabían cientos de posibles desenlaces.
Espera. Gira la cucharita dentro del café, para hacer algo.


- Yo tampoco sé si sos lo que quiero.

De repente, hace mucho frío. Lo mira. A ese muchachito que ahora parece otro, que no es el mismo que se reía de sus torpezas unas semanas atrás.
Desvía la mirada, no puede soportar esos ojos con tanta pregunta, prefiere la ventana. Aunque afuera llueva un poco y aunque esa no sea la causa del frío.


- No te gusta escucharlo.
- La realidad no nos da opciones. Después de todo, yo pregunté.

Ahora no sabía para qué había preguntado. Hubiera preferido seguir fingiendo. Las gotas contra el vidrio. O no, hubiera preferido otra respuesta. Otra realidad. Afuera la gente pasa con paraguas; parecen pájaros mojados, pájaros de colores.


- Odio la lluvia.
- Ya lo sé.
- Nunca te lo dije.
- No hizo falta.

Tampoco le gustaban los finales. Ni siquiera los felices, aunque este no era el caso. Pero no tenía sentido decirlo.

- ¿Te acordás cuando nos comimos la luna?
- Claro que me acuerdo.
- Yo no.
- Estás loca.
- Decime algo que no sepa.

Quisiera parar el mundo justo ahora, quedarse así, dentro del bar, con un café en las manos mientras afuera los pájaros mojados y la gente y los paraguas van huyendo de la lluvia. Quisiera seguir hablando, hablar sin parar, retrasar el momento. Decirle que era mentira, que sí se acordaba. Cómo no acordarse de la noche en que la luna bajó a la tierra, y encontró un muchacho y se posó en su espalda, y ella la vió y no pudo resistirse a morderla. Cómo olvidarse.
Pero el mundo no para, y ahora no hay luna; la noche que recién empieza está encapotada y a ella se le terminó el café. Se le terminó la excusa. Se le acabó el tiempo. Y ella quisiera no saberlo pero lo sabe.


- Se hace tarde.
- Andá.
- ¿Y vos?
- No te preocupés de más, ya no hace falta.

Lo ve levantarse, ve que se despide pero no lo siente. Él sale y corre a buscar un coche. Ella lo mira irse, alejarse, perderse.  

Y algo se rompe.

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